Uno se encuentra con graffitis en la puerta de su casa, en el ascensor de su escalera, en el metro e incluso, por desgracia cultural y cívica, en esculturas públicas y arquitecturas emblemáticas, pero bueno…la educación es una de mis esperanzas. Lo que no sucede tan a menudo

es encontrarnos con arte graffitero en suelo rústico. En un pueblo zamorano donde no se cuentan más de cuatrocientos vecinos  descubrí con sorpresa la obra de un artista, que por cierto, conoce todo el mundo y a quien aceptan de buena gana sus desvelos por decorar el pueblo. El artista ha inundado el lugar con sus creaciones, eso sí, respetando adobes, viejas mansiones y puntos estratégicos en general. Tendrá repartidos más de diez murales por todo el pueblo y en un solar, frontera con una cuadra de caballos y un camino que conduce a los mejores perdederos de la zona podemos contemplar una amplia pared transformada en galería de arte.