EL DESPERTAR DEL ASESINO PATOLÓGICO
La primera editorial creada en una celda de castigo
La Biblioteca de oro del crimen y el suspense
Pocas lecturas han influido tanto en mi vida personal y literaria como El despertar del asesino patológico, novela publicada en 1920 bajo anonimato y editada en la Biblioteca de Oro del crimen y el suspense, de la legendaria editorial barcelonesa Hermanos Miralles Ediciones, desaparecida del mercado en 1921 y lamentablemente descatalogada en todos los sentidos y a todos los efectos.
Recuerdo haber devorado todas y cada una de sus páginas e intentado poner algunos de sus macabros consejos en práctica, no de una forma destructiva y dispersa sino con talante experimental y desenfadado. Lamentablemente me robaron el ejemplar y no fue posible hacerme con otro hasta 1990 en una entrañable librería de segunda mano de Valencia que vendía al peso diferentes títulos del sello Hermanos Miralles Ediciones.
La editorial sacó a la calle 33 títulos en dos años, cifra nada desdeñable para la época y, sobre todo, valorando la temática de sus libros, todos ellos, dedicados al crimen y al suspense en cualquiera de sus manifestaciones hasta que la policía decretó el secuestro inmediato de sus fondos, así como de todo el material que pudiera estar distribuido y puesto a la venta en esos momentos. Hermanos Miralles Ediciones se creó en la celda número siete de la segunda galería de la prisión Modelo de Barcelona. Allí cumplía condena por desfalco uno de los hermanos Miralles, Joan, alma mater de la futura empresa editorial. Joan Miralles utilizó un viejo “Copiador de Cartas y Telegramas” de la administración de la prisión para hacer algunas copias de los cuentos de “sangre y violencia” que le relataba Silvestre “el revientaentrañas” durante las noches para conciliar el sueño. Silvestre “el revientaentrañas” era habitante perpetuo de la celda de castigo que daba pared con pared con la celda de Joan Miralles. Ya en esa época la prisión tenía problemas de población aunque no alcanzó nunca la masificación posterior que aportó la repoblación presidiaria global.
Joan Miralles vendió muy bien los cuentos y su espíritu empresarial le indicó que ahí podría haber negocio rentable. Cuando recuperó la libertad y el capital desfalcado inició el negocio con su hermano Oriol. El despertar del asesino patológico era un compendio de 20 relatos aberrantes y nauseabundos que causó furor en el universo de los adolescentes descatalogados socialmente e impactó en las bibliotecas paliativas especializadas en género negro. No era una novela en sí mismo, era una guía descriptiva y orientativa que sugería cómo asesinar libre y creativamente a alguien cercano que ya hacía imposible una relación medianamente civilizada, o te animaba a eliminar un incómodo testigo de nuestra realidad oscura y cotidiana para brindarnos la oportunidad de una nueva vida sin ataduras al pasado.
Estuve dos años en el correccional municipal pero mereció la pena. Muchos de mis compañeros en esa institución han hecho carreras brillantes en la banca y en la política y sé, a ciencia cierta, que la mayoría mantiene bajo llave debajo de su almohada El despertar del asesino patológico.
El primer cuento ofrecía una lista de posibilidades para iniciarse en el desacato ético. Entre todas ellas elegí secuestrar a la vecina del piso de arriba porque me impedía dormir debido a su constante vida anti-social. No fue fácil. Ella tenía unos treinta y cinco y yo contaba tan solo con dieciséis, pero conseguí reducirla cuando congeló sus defensas al verme llorar como un descosido. Odio perder una pelea con una chica. La até como señalaba la guía y le puse una venda en la boca para que no gritara. Con la mordaza no gritaba pero tampoco podía robarle ningún beso. No es fácil saber conducirse por las sendas del mal. Le pregunté con respeto si tendría a bien dejarse violar un pelín, lo imprescindible para iniciarme como individuo patológico, pero negó rotunda con su cabeza. Me desconcertó su respuesta y su escasa colaboración. El libro especificaba explícitamente cómo desenvolverse en casos similares, pero yo nunca he sido violento. Puse la tele y me hice unos solitarios. Así estuvimos un buen rato. Empecé a cansarme de la situación y tenía hambre, tanta que le propuse desatarla y quitarle la mordaza a cambio de que me hiciera unos huevos con patas fritas. Accedió a la primera, soy bueno tratando a las mujeres. En un descuido mental, creo que me dijo que subía a su casa por el postre y volvió con una pareja de policías. Aprendí mucho en el correccional y el resto ya se ha convertido en historia dentro del mundo patológico y visceral.
Fotografía de Rosario Pérez Sánchez
Publicado el marzo 15, 2014 en Textos Propios y etiquetado en lecturas literarias, literatura, manuel villa-mabela, microrrelatos, relato breve. Guarda el enlace permanente. Deja un comentario.
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