Hace calor y la convivencia familiar resulta agobiante. Odio que se muera la gente, es patético y contra natura para los que somos vividores gozosos de bien, pero necesito una defunción en casa para heredar parte de mis bienes custodiados. No es vida barajar gastos mundanos, viajes  y caprichos con una asignación mensual sencilla. No me gustan las demagogias financieras.  Mi primera estrategia es trasladarme al ala norte con lo imprescindible para la supervivencia independentista: Lava-vajillas, lavadora, micro-ondas, frigorífico cinco estrellas con congelador estilo «familia opus» , servicio doméstico del país y ajuar mínimo para la celebración de fiestas, fiestorros y encuentros místico-eróticos para ganar en auto-estima no embotellada. Mi segunda estrategia consistirá en poner velas a santa Rita, abogada de los imposibles, para que seme muera algún familiar querido que me tenga puesto en su testamento en primera línea. Prometo llevar  luto riguroso mientras se celebren las exequias y una verbena de misas para pedir su salvación eterna. Soy amigo de las causas perdidas. Eso sí, dejaré cuatro cosillas en mi armario del hogar central para que vean que mi independencia es solo federalista, no rompedora, que las crisis ya no respetan ni a las mejores cunas.

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                                                                                      Foto de Tuchy Regueras