EL HOMBRE QUE SE DURMIÓ EN UN ATAÚD

Experiencia vital de la metacultura filosófica y tal

El terror inconsciente de la experiencia me despertó sobresaltado de mi letargo cataléptico. ¡Joder, qué pesadilla! Quise incorporarme pero no tenía espacio para moverme. Estaba encerrado en un ataúd y había tenido sueños de muerto. ¿Cómo han podido dejarme aquí encerrado como alma en pena? Todos saben que no es la primera vez que me tienen que devolver los gastos del entierro. He visto mi futuro, no me cabe la menor duda. Debo serenar y equilibrar mi vida, dejar de fumar y de beber, recuperar a mi mujer, a mi amante y a la vecina transitoria del quinto. Tengo que aportar parte de mí a la creación, eso es, buscaré más descendencia y reconoceré al soplagaitas de mi hijo bastardo. Es un pocasangre insultante pero dibuja de maravilla y habla inglés como los ángeles. Debo burlar el ataque cardiaco que me está predestinado desde el principio de los tiempos y rezar más. Voy a dedicar mi vida a peregrinar por todas las iglesias y catedrales bendecidas del mundo. Nada de templos apócrifos, traen muy mala suerte. En cuanto salga del féretro voy a buscar un pobre y le compraré un piso. También pagaré mis deudas. Empezaré de nuevo: respetaré a mis vecinos, honraré a todas las mujeres menores de dieciocho años y seré cordial y generoso con todos mis semejantes. ¡Menudo voy a ser a partir de ahora! Espero que me saquen de aquí lo antes posible, apenas me queda aire. ¡Qué bueno ha sido morirme un poco para tener la oportunidad de vivir! Si tuviéramos la muerte más presente, si entendiéramos que todo tiene su tiempo y su medida, seguro que nuestro comportamiento sería más maduro y positivo. Tengo unas ganas locas de cruzarme con un negro o un chino para plantarles un beso en medio de los morros para que vean que todos somos hermanos. De un momento a otro van a regresar los míos para rescatarme de este apartamento de madera. La verdad es que ya tenían que estar aquí como es costumbre para comprobar si ya me había desembarazado del estado cataléptico. Espero que no se les haya ocurrido ir a practicar deportes de riesgo. Tampoco creo que se hayan ido a emborrachar pensando que esta vez sí era la definitiva.

Me quiero curar de la maldad y la estupidez, ya no soy el que era, ahora tengo la oportunidad de vivir y haré lo imposible por aprovecharlo. Mientras me hablo no ceso de dar golpes sobre la tapa del ataúd y no acude un alma. ¡Eh, los de ahí fuera! ¿Qué pasa, hoy no trabaja nadie? Tardan mucho. ¡Qué ansias tengo por salir de aquí y retomar la fiesta de la vida! La verdad es que en esta ocasión están retrasándose demasiado en venir a rescatarme y darme un abrazo. Habrán cogido un atasco o estarán tomando un café en el bar de la esquina del cementerio; como ya les conocen de otras veces… Se van a llevar una gran sorpresa cuando comprueben que a partir de ahora voy a ser buena gente. Tengo que regenerarme a marchas forzadas, que la vida son cuatro días mal contados. Tienen que estar a punto de llegar. ¿Dónde se habrán metido? Espero que no se hayan acercado a una notaría de urgencias, de esas que tienen veinticuatro horas abiertas al público. ¡Joder, qué gente más tranquila!

Y ahora permitírme que os aconseje el siguiente enlace

ataud                                                                      Foto de Helga Martinez Pallarés

Publicado el abril 28, 2014 en Textos Propios y etiquetado en , , , , , . Guarda el enlace permanente. 2 comentarios.

  1. Edgar Allan Poe se hubiera sentido ofendido, pero yo he disfrutado palabra por palabra… Gracias por estas cosas, buen Manolito.

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