Considero que el viajero debe perderse, a propósito y sin querer, por todos los laberintos y recovecos del punto o lugar que esté visitando. Por ejemplo, hablemos de Florencia. Podría hacer una lista tan amplia y suculenta que alteraría nuestro sentido de la armonía, equilibrio y belleza, todos podríamos hacer un inventario goloso de Florencia, pero también quiero sugerir esas escenas llenas de singularidad y, muchas veces, únicas que viven en una plaza, cualquier geografía extramuros o en cualquier mercado. Y es que los «puestos móviles» florentinos deberían catalogarse como patrimonio de la humanidad. Su riqueza, sus posibilidades, su estética, nos llenan generosamente las alforjas de la ilusión y del encantamiento. Y además suman sonrisas a su paso, que no es poco. (Fotografías de Tuchy Regueras)