CASA OKUPA
CASA OKUPA
Coronas de muerto, ramos de novia, macetas de geranios y lluvia de flores silvestres. Se cumplía un año del cierre forzoso de la Casa Okupa por orden gubernativa. El barrio entero quiso festejar a los héroes de la Casa Okupa. Ha pasado tiempo pero la memoria recuerda en carne viva su aportación al vecindario. Todo empezó por la mañana, cuando estaba claro que el coronavirus había desplegado sus naves de guerra por nuestra geografía y estaba dispuesto a conquistar nuestra salud.
La música rock se tomó un descanso y todos escucharon atentos las últimas noticias. Resultaba desalentador la ristra de datos negativos expuesta y el eco catastrófico que se avecinaba. La ciencia ficción más radical acababa de entrar a formar parte de nuestra vida. El equipo grafitero de la Casa Okupa fue el primero que se puso en acción. Sus pinturas reivindicativas de humanismo compusieron los primeros murales reclamando alerta vecinal. Su emisora alternativa de radio se puso en marcha. El alcance de sus ondas estaba limitado al barrio, pero la acción de cercanía era lo más valorado y recomendable en esos momentos para su estrategia social. Se suspendieron las actividades no esenciales.
El barrio era humilde, pero contaba con gente con ganas de ser útil. Se hicieron dos llamadas urgentes de apoyo. La primera dirigida a Sor Olga, priora de un vetusto convento que se dedica a rezar la mayor parte del día solicitando vocaciones para que el convento no cerrara sus puertas, aunque son de buen conformar y no rechazan becarias. Sor Olga entendió de inmediato la urgencia del caso. La Casa Okupa les solicitaba la confección en masa de mascarillas para evitar contagios. Los arreglos de ropa interior de fantasía para grandes empresas de la milla de oro quedaban suspendidos temporalmente. Un grupo de okupas se dispersó por la gran ciudad para requisar de forma pacífica los guantes de plástico que las gasolineras atesoran para que sus clientes no se manchen las manos al repostar. La Casa Okupa ya disponía de un taller para hacer jabón, en poco tiempo se pusieron manos a la obra. También se reactivó un taller culinario de supervivencia. Se revisaron las tomas de agua y luz para asegurar que no faltara el suministro en ningún momento. El proyecto tomaba forma de manera precisa y acelerada. Lo bueno de vivir en un barrio es que la gente se conoce vida, milagros y trapicheos de todos los demás. Y cuando no se dispone de economía resurge el cambalache general. Se ignoran los acuerdos acordados, pero la nave de colchones del polígono del barrio, traslado en grandes furgonetas a la Casa Okupa, cerca de un centenar de piezas entre canapés, somieres y colchones, que estaban destinados a África, pero que esperarían mejor ocasión para viajar. Era la segunda llamada de apoyo urgente que se hizo.
La gran nave de conciertos ya estaba aseada con un brebaje de agua, lejía e incienso y, las sillas del recinto de teatro, sirvieron de mesitas de noche improvisadas. Ya se habían formado comandos de voluntarios para atender a las personas que se alojarían en la Casa Okupa para pasar el confinamiento. Si se presentaba alguna urgencia indeseada se trasladaría al hospital, pero todos los demás, antes de que el almirantazgo vírico tomara puerto, estarían a buen recaudo.
Solo faltaba la última fase. Se peinó el barrio a conciencia, edificio a edificio, escalera a escalera, rellano a rellano, informando directamente o mediante el ancestral boca a boca, que era hora de recogerse. Todos hicieron sus hatillos domésticos en poco y nada, cuatro mudas, los pack medicinales y los teléfonos de la familia. Algunas personas llegaban a pie o en sillas de ruedas y otras, subidas en los carritos de la compra de una gran superficie ubicada a las afueras del barrio. Algunos residentes del asilo se sumaron al cambio y los sin techo y emigrantes de la zona no lo dudaron.
Se cerraron las puertas y se encendieron velas y faroles de feria para asustar al virus, sonaron violines, pianos y arpas, dependiendo de los alumnos de música que acudían a tocar y, unos voluntarios especialistas en fantasías, se encargaron de ir de cama en cama, contando cuentos.
Y pasó el tiempo, pasaron los vendavales de angustia, el tsunami de miedos y las sacudidas guerreras de las hordas víricas golpeando las puertas de la Casa Okupa, pero nadie sufrió desperfectos de salud. Pronto volverían todos a sus casas pero no tardarían en volverse a encontrar, porque estaba prevista una concentración de urgencia para hacer frente a una orden de desahucio pendiente de cumplir.

Publicado el abril 12, 2020 en Artículos Propios y etiquetado en Casa Okupa, Nuestros héroes, Revista Zenda. Guarda el enlace permanente. 4 comentarios.
¡Magnífico!
Gracias, quedo agradecido, saludos mil
Este bichito nos hace ver los muchos héroes que ahí sin capas de héroes de ficción, sanitarios, cuerpos de seguridad, Limpiadoras, empleados supermercados algunos con una protección ínfima… Estamos viviendo una ola de solidaridad que estaba olvidada, pero es unapena ver la cantidad de vidas que se están quedando en el camino. Y me avergüenza ver que los políticos se sigan tirando trastos a la cabeza en lugar de arrimar el codo y apoyarse. Ya tendrán tiempo de pelearse si quieren, pero ahora es momento de solidaridad en mayúsculas. Un abrazo
Igual los políticos en general representan la única pandemia que no se cura con los siglos. Cuidaros mucho, abrazos